El orden- o el desorden- dice mucho de ti y de Dios. El orden
externo, ayuda mucho al orden interno, ordena tu tiempo, tus cosas, tus
actividades, tu trabajo, tus relaciones, y ordenarás también tus afectos, tu vida, tu relación con Dios, tu
vida espiritual. No improvises, no salgas del paso, pero tampoco vivas con
rigidez interior los imprevistos y circunstancias inesperadas.
Comienza por cuidar el
orden de las cosas materiales que utilizas a diario en casa o en el trabajo.
Cuida también el orden de tu imagen personal: el vestir, el comer, el
hablar…Ordena el horario de tu jornada poniendo en primer plano las cosas de Dios
y el tiempo que, en justicia, debes
dedicarle. Ordena tus relaciones con los demás dando prioridad a lo que Dios te
ha encomendado directamente en tu propia familia, en tu apostolado, en la
amistad. Ordena tu trabajo, comenzando por aquello que más te cuesta, por lo
que menos te gusta, por lo más difícil. Ordena, sobre todo, tu relación con
Dios, tu Eucaristía, tu confesión frecuente, tu oración cotidiana, tu
apostolado, tu dirección espiritual, tu examen de conciencia al terminar cada
jornada…Pon a Dios en su sitio, por encima de todo y verás como todo se hace
más suave y llevadero, que el tiempo parece que cunde más, que las cosas se viven más serenamente, que el corazón
logra esponjarse en todo y con todos. El orden es belleza y la belleza lleva a
Dios.
Antonio
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