El Señor nos dice, que es imposible dar fruto si no se está
unido a Él. También nos dice que para dar fruto utiliza algo tan doloroso como
la poda. Porque, no hay que olvidarlo, toda poda duele.
Necesitamos aumentar nuestra relación con Dios si queremos
fructificar, si queremos evangelizar, si queremos ayudar a los demás: la
oración, la confesión y la comunión se convierten, por lo tanto, en
instrumentos imprescindibles para hacer el bien, para mediar por los que están
sufriendo, para consolar, para conseguir el milagro de mover los más duros
corazones, porque nos van a permitir estar con la fuente, con Cristo.
El sufrimiento podemos convertirlo en material para la
evangelización, para el testimonio, para “dar fruto”. A veces nos parece que el
dolor no sirve de nada y no encontramos explicación al sufrimiento. Sin
embargo, cuando lo vivimos unidos a Dios y sin desesperar, nos convertimos en
testigos creíbles que atraen y que son
capaces de llevar a las personas hacia
Dios, aquel que ha sido capaz de evitar que nos hundiéramos en la
tormenta de los problemas. El sufrimiento puede ser el mejor abono para que
nazca una cosecha espléndida que antes no podíamos imaginar.
Antonio
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