Cuanto nos cuesta liberarnos del “ojo por ojo y diente por
diente”. La teoría sobre el perdón cristiano nos la sabemos bien, pero, a la
hora de la verdad, entendemos ese perdón con esquemas demasiado humano y
justiciero. Nos cuesta olvidar las ofensas y volver a mirar al que nos ha hecho
mal como si nada hubiera pasado. Nos cuesta perdonar, porque, en el fondo,
pasar por alto esa injusticia nos hace creer que somos los tontos y los débiles
según el mundo. Los malos son siempre los demás, nosotros, en cambio, solemos
ponernos siempre en el puesto de las víctimas y de los inocentes.
El perdón específicamente cristiano no es ingenuidad y simpleza
sino magnanimidad, grandeza de alma, para acoger tus miserias y las de los
demás con la misericordia misma de Dios, no con la que suelen usar los hombres.
Tu medida con los demás ha de ser grande, muy grande, la misma que usa Dios
contigo, la misma que usó Cristo en la Cruz. Y no siete veces, sino setenta
veces siete, es decir, siempre. Usa tú la medida de la misericordia de Cristo
con todos, porque esa misma medida es la que usa y usará el Señor contigo. Si
no te atreves a perdonar según la medida de Cristo es que poco has entendido la
Cruz. No te canses de ensanchar el alma, cada vez más, porque ahí reside la
fuerza de tu testimonio cristiano. No te canses de contemplar el silencio de
Cristo en su Pasión si quieres llegar a gustar esa paz de alma de quien vence
las incomprensiones, críticas, injusticias, ofensas y menos precios con un amor
apasionado hacia Él .
Antonio
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