Las cosas pequeñas pueden encerrar significados grandes,
incluso infinitos. El bien nunca es pequeño, aunque lo hagamos revestido de
circunstancias y gestos insignificantes. Es ahí, en esos detalles,
aparentemente intrascendentes, donde se nos presentan a diario tantas ocasiones
de hacer el bien a los demás. Una
sonrisa a tiempo, una palabra oportuna, un favor desinteresado, un gesto de
acogida, un buen consejo, una llamada de teléfono. Cualquier detalle de trato o
de convivencia es bueno para humanizar las relaciones y crear comunión con los
demás. No te conformes con aprovechar las ocasiones extraordinarias y puntuales
de hacer el bien. Tu santidad se labra con el cincel de cada día, y ha de ir
cuajada de esos pequeños detalles, que hacen extraordinariamente divina la
monotonía, casi rutinaria, de nuestra vida. El lenguaje de Dios es el que todos
entienden, el de la pequeñez y sencillez.
Hay que cultivar los pequeños detalles, con Dios y con los
demás, en lo pequeño y ordinario de la vida de cada uno. Dicen mucho de tu
delicadeza y finura de alma. Pero, han de nacer de esa magnanimidad de corazón,
en la que no caben distinciones de trato, antipatías o simpatías. La entrega de
Cristo en la Cruz estuvo preparada y anticipada por muchas pequeñas entregas,
que sazonaron el día a día del Señor.
Cuántos detalles y renuncia, de trabajo, de servicio, de alegría, de cariño,
llenaron aquellos largos años del Señor, en la vida familiar de Nazaret.
Cuántos detalles de paciencia, de espera, de perdón, recibieron aquellos apóstoles que conocieron
tan de cerca el día a día apostólico de
su Maestro. Cuántos detalles de Dios, en
el día a día de tu vida, que pasan, quizá inadvertidos a tu mirada superficial
y atolondrada. En esas pequeñas ocasiones de entrega, en cada momento de tu
vida, te espera siempre el Dios fiel.
Antonio
Antonio
Comentarios