La palabra gracias suele traer a las mentes imágenes
agradecidas. A nuestros semejantes agradecemos un regalo, una invitación y a Dios
agradecemos generalmente cosas más importantes, como un hijo, un nieto, un
milagro o simplemente el hecho de tener una vida buena.
Muy pocas veces comprendemos que el dolor es también algo que
debemos agradecer. A través del “sufrimiento” podemos asomarnos un poquito a lo
que fue la vida de Jesús, nuestro hermano, a quien muchas veces sólo conocemos
superficialmente y “por lo que otros nos cuentan”.
Cuando se ha estado o se está bastante fastidiado, con alguna
enfermedad, a veces bastante seria, si uno ve todo esto como una causa de
dolor, tengo que pensar que Dios vio en mí
a una persona especial, me escogió y me fue preparando todos estos años
para el dolor que me envía. El decir que soy una persona especial ante los ojos
de Dios, no implica que uno sea mejor que otros, ni mucho menos, quizás sea
peor, por esto el Señor decide completar mi educación. Pero mejor, peor, o igual
el caso es que aquí está uno, entregando a Jesucristo lo que se está
padeciendo, todo el dolor, con el fin de entender un poquito mejor el suyo.
La imagen más dolorosa de nuestro Señor Jesucristo es sin
lugar a dudas, su tortura y crucifixión y creo que los momentos que se sufre
cuando uno está grave, cuando se padece, encajan perfectamente en el Vía Crucis
de Jesús. En primer lugar, a Él lo
despojaron de sus vestiduras, pensando que así quizá pudieran humillarlo; el
que padece, por ejemplo, cáncer se le despoja de alguna parte de su cuerpo, sin
la cual hasta ese momento quizás piense que la vida sería muy difícil.
A Jesús le tocó cargar
su cruz a pesar de que su cuerpo estaba maltrecho y así mismo toca seguir
caminando a los que están sufriendo, a pesar de las incomodidades. Por último
nuestro Señor, entregó su alma al Padre convencido de que la única forma de vivir eternamente y aunque
la muerte del que lo está pasando mal no sea física, sí es una forma de dejar
atrás la persona que era, para convertirse en una nueva y más buena con una
mejor visión de lo que debemos hacer para alcanzar el reino de los cielos.
No hay que quejarse entonces por estos sufrimientos,
comparados con los de Jesús, serán mínimos. Serán incomodidades que ofrecidas
por la salvación del alma es un precio modesto a pagar. Es por eso que modesta
y humildemente hay que decirle al Señor: te agradezco mi dolor de todo corazón y sólo pido que
mandes la sabiduría necesaria para aprender a manejarlo.
Cuando se tienen menos años, uno es más joven, no se
entienden muchas situaciones que ocurren a nuestro alrededor. Uno pensaba, como
muchos, que Dios era injusto al enviarle “cosas malas” a “personas buenas”,
ahora se entiende, ahora sabemos que las
“cosas malas” no lo son, Dios sería incapaz de hacernos sufrir sólo porque sí,
son lecciones un poco más difíciles de aprender, nada más, pero si se pone
empeño se obtiene grandes beneficios de ellas.
No me quejo Señor, no pregunto por qué…….siempre para qué.
Antonio
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