Suele suceder que la soberbia se esconde bajo las galas de la
bondad. Así, para muchos, cuanto más cosas buenas hacen, más engreídos y más
juzgan a los demás porque les consideran peores que ellos. Es una falta grave
de humildad y, sin humildad, no hay santidad. De hecho, hay personas que
parecen buenas y que incluso hacen muchas cosas buenas, a pesar de lo cual no
son santas, porque están llenas de vanidad y de soberbia. En el fondo, se
consideran a sí mismas superiores a los demás y cuando algo les perjudica o
cuando creen que no se les ha hecho el caso debido, enseguida se enfadan y
hasta se alejan de Dios. El Evangelio siempre nos invita a arrepentirnos y
reconocer nuestras faltas con humildad y a darle gracias a Dios por las cosas
buenas que, con su ayuda, somos capaces de hacer. Por lo tanto, no sólo darle
gracias a Dios por ser buenos, pues eso también lo hacía el fariseo, sino a ser
conscientes de que sin Él no seríamos buenos y, a la vez, a no juzgar a nadie,
porque sólo Dios conoce el misterio del corazón humano. Eso no significa que no
podamos juzgar las obras de los demás, sino la intención o la conciencia de lo
que hace. Hagamos lo que aconseja la Iglesia: condenar el pecado e intentar
salvar al pecador.
Antonio
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