PARÁBOLA DE JESÚS SOBRE EL FÚTBOL.


Jesús si hubiera estado aquí hoy, utilizaría el fútbol como imagen para enseñarnos algo de la vida. Después de un mes de tanto fútbol con el Mundial, hay muchas imágenes que hablan de la vida. Decepciones y alegrías, frustraciones y desprecio, hastío y cansancio.
El fútbol mueve personas. Despierta alegría y tristezas. Amores incondicionales y violencia. Aleja y acerca. Une y separa. El fútbol no  nos  deja indiferentes. Competir, luchar por la victoria, perder o ganar.

El fútbol es un deporte de equipo. Todos tienen un lugar. Importa más trabajar por el todo que buscar la propia gloria. Trabajar en equipo exige renuncia, sacrificio, humildad. Exige renunciar al propio beneficio si eso redunda en beneficio de todos. Todos son importantes en el grupo. Si yo no aporto lo mío, lo que sé hacer bien, los demás se pierden algo. Todos somos necesarios. Por eso, cuando perdemos, perdemos todos. Y cuando ganamos, ganamos todos. Es la comunión por alcanzar el fin soñado. Sí, el fútbol habla de la vida y  nos muestra las cosas importantes. Caminamos unidos, estamos entrelazados en esta vida. Jugamos en equipo, nos necesitamos los unos a los otros, necesitamos personas que nos ayuden a descubrir nuestro lugar en el campo, que confíen y crean que lo podemos hacer cuando saltamos a jugar. Nuestro aporte es fundamental. El aporte de todos construye. Además,  el fútbol nos enseña que en la vida las derrotas y las victorias son pasajeras. Como en muchas cosas en la vida el final no es lo más importante. Aprender a vivir significa valorar el momento, la etapa del camino y ver que   no es todo ganar. Porque en un momento todo puede cambiar. Lo que de verdad importa es entregarlo todo en cada paso, dar la vida en el campo,  aunque al final perdamos. Esto duele, pero también nos hace más fuertes y más maduros. . Jesús, hablando de fútbol, hubiera hablado del juego limpio, evitando la violencia. Hubiera resaltado la honestidad para decir siempre la verdad, sin fingir ni mentir con gestos, tratando de engañar al árbitro. Hubiera ensalzado al que trata con respeto al contrario, al que no insulta ni agrede, al que no ridiculiza ni se ríe del mal ajeno, al que admira al contrario antes y  después del partido. Hubiera elogiado al futbolista que aceptara la misión oculta de construir sin ser el más destacado, sin ocupar al final los titulares de la prensa. Destacaría la labor del buen entrenador. De aquel que sabe sacar lo mejor de los, suyos, y logra explotar todo su potencial, como un verdadero padre. Conociendo sus límites, soñando sus posibilidades, queriéndolos en su misión. Sin humillar al que falla. Alentándolo a seguir y confiando de nuevo en sus capacidades. Alabaría al entrenador que asumiese las culpas en las derrotas y no atacara a los suyos. Un entrenador capaz  de unir, de integrar,  de sacar lo mejor de cada uno. Hay partidos amistosos, hay otros que solo se juegan una vez en la vida. Donde se decide todo. Sí, de esos partidos hay algunos en la vida. Son momentos en los que la decisión que tomemos, aunque sea difícil y dolorosa, puede cambiarlo todo. En la vida, como en el fútbol, hay que aprende a vivir. Eso es lo que hace bonita la vida y el fútbol. Porque en la vida, sí, como en el fútbol, nuestro trabajo muchas veces no tiene éxito, pero no importa, nos levantamos y seguimos luchando. Merece la pena el esfuerzo y darlo todo. A veces la mala suerte, los errores, las lesiones, pueden truncar nuestros deseos. Pero no es el final de nada. Porque este partido de la vida se juega para siempre.

Antonio

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