La cizaña se cría rápida y espontáneamente en los sembrados.
Puede alcanzar alturas notables, por lo que sus hojas se distinguen fácilmente
de las buenas espigas. Cuando se corta no sirve más que para atarla en gavillas
y quemarla, porque la harina de sus semillas es venenosa. Pero ha de crecer con
el trigo, hasta el tiempo de la siega, no sea que, al arrancarla, se arranquen
también de raíz las buenas espigas. El labriego sabio y paciente sabe esperar
ese tiempo de la siega., que coloca las cosas en su sitio, el grano en el
granero y la cizaña en el fuego. No te extrañe, por tanto, que a tu alrededor
veas crecer rápida y frondosa la cizaña del mal y del pecado en la tierra pobre
y desabrida de tantos corazones. Y tampoco te extrañes de encontrar en tu alma, junto a la semilla buena de tus
deseos, intenciones y firmes propósitos, esos otros frutos de la cizaña que son
tus defectos, vicios, manías y malos hábitos. Si sabes ser paciente labriego,
no te dejarás vencer por el derrotismo o el desánimo cuando veas que, a tu
alrededor, todo parece ponerse contra Dios, contra el bien y contra la Iglesia.
Mientras vivamos en esta vida, veremos crecer juntos, en las
mieses de la historia, el pecado con la santidad y la gracia. A ti te
corresponde, oportunamente, segar tu propio campo y quemar las gavillas de esa
cizaña que crece imparable en tu alma, no sea que, volviendo el Amo de los
segadores, no vea grano en el campo y no pueda llevarte a su granero. No te
quejes de lo mal que están las cosas, del ambiente tan raro que te rodea, de
las dificultades que intentan ahogar tu cristianismo, de tanta hostilidad dura
y amargada contra todo lo que sea cristiano. Tú preocúpate de tu campo, de tu
buen grano, de tus gavillas de cizaña, que, cuando mande el Dueño de las
mieses, a todos llegará el tiempo de la siega.
Antonio
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