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Hay muchas cosas en la vida que merecen la pena ser guardadas
en el corazón. Palabras importantes, frases grabadas en el alma, silencios con
una densidad especial en los que ocurrieron muchas cosas. Personas que han
dejado huella. Un abrazo, una respuesta, una pregunta, un silencio. Un paisaje,
una puesta de sol.
Momentos, sí, esos segundos que valieron toda una vida, porque en ellos se decidió algo importante. Esos momentos de plenitud, de luz, de calor, en los que estamos con las personas a las que tanto amamos y sentimos que el corazón reposa, que todo encaja, que todo es querido por Dios.
Nos sentimos cuidados por Dios, sólo a veces, viene el miedo a perder eso que amamos. Nos gustaría guardar ese momento para siempre y poder sacarlo cuando haya oscuridad. Guardamos todo en una caja cerrada en el alma, allí donde nadie tiene acceso, solo Dios. Allí, en lo más escondido. En lo más hondo guardamos la vida que va pasando. La guardamos para no olvidarnos. Porque la memoria nos falla y podemos dejar pasar lo más importante.
Momentos, sí, esos segundos que valieron toda una vida, porque en ellos se decidió algo importante. Esos momentos de plenitud, de luz, de calor, en los que estamos con las personas a las que tanto amamos y sentimos que el corazón reposa, que todo encaja, que todo es querido por Dios.
Nos sentimos cuidados por Dios, sólo a veces, viene el miedo a perder eso que amamos. Nos gustaría guardar ese momento para siempre y poder sacarlo cuando haya oscuridad. Guardamos todo en una caja cerrada en el alma, allí donde nadie tiene acceso, solo Dios. Allí, en lo más escondido. En lo más hondo guardamos la vida que va pasando. La guardamos para no olvidarnos. Porque la memoria nos falla y podemos dejar pasar lo más importante.
Siempre pienso que
no hay nada peor que olvidarnos de las cosas importantes, de las frases que nos
conmovieron, de algún encuentro especial. Da igual que un día no recordemos lo
que hicimos ayer, o lo que comimos, o algún dato anecdótico. Importa poco. Al
final la memoria se va perdiendo y esas cosas no importan tanto. Lo triste es
cuando olvidamos las cosas realmente importantes en nuestra vida, aquellas por
las que mereció la pena luchar, darlo todo. El corazón es misterioso. Guarda
tantas cosas. Olvida tantas otras. Tiene heridas abiertas y cicatrices. Es
profundo y hondo. Tiene sombras, tiene mucha luz. A veces nos turba. Porque cambia, pasa de la
alegría más viva a la tristeza más turbia.
El papa Francisco hace pocos días
nos hablaba de nuestro corazón: ¿Cómo está mi corazón? ¿Es un corazón bailarín
que va de un lado a otro? A veces el corazón es muy bailarín. Es cambiante. Un
día amanece animado y al día siguiente se entristece sin razón aparente. Por
eso es tan importante volver a los momentos en los que el corazón ardía.
Recordarlos, revivirlos. Por eso es tan necesario que el corazón descanse en un
amor sólido, estable, que no se muda, que permanece. Por eso, cuando nos
enfriamos, tenemos que volver al primer amor, para reiniciar el camino. El
Papa Francisco nos decía en este tiempo
de Pascua: “Volver a Galilea significa sobre todo volver allí, a ese punto
incandescente en que la gracia de Dios
me tocó al comienzo del camino. Con esta chispa puedo encender el fuego para el
hoy, para cada día, y llevar calor y luz a todos mis hermanos. Con esta chispa
se enciende una alegría humilde, una alegría que no ofende el dolor y la
desesperación, una alegría buena y serena”.
Es la alegría y el fuego que
necesitamos en el camino. Recordamos, no para vivir anclados en un pasado que
ya es historia, sino para enfrentar el futuro con fuerza, con pasión, con ganas
de vivir. Para hacer resurgir la esperanza. Los acontecimientos de nuestra vida
son esos misterios que nos ayudan a descubrir la mano de Dios guiando nuestra
barca. Esos sucesos pasados nos dan ánimo, nos ayudan a caminar sin miedo.
Antonio
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