¿Sabes vivir
con alegría?
De lo que rebosa el corazón habla tu vida. Si tu alma rebosa
de gracia divina irradiarás, aunque no te lo propongas, esa serena alegría de
los hijos de Dios que tanto atrae a los demás. Cualquier gesto arisco o brusco,
cualquier palabra cortante, una mirada dura, una actitud distante, una
valoración pesimista, una opinión
soberbia e impositiva, todo eso aleja de Dios, a ti y a los demás. Tu
alegría no tiene por qué ser escandalosa ni llamativa, pero si deberá ser
siempre discreta y, a veces hasta silenciosa, porque si nace del amor de Dios y
de tu abandono filial no necesita estridencias ni aspavientos para mostrarse
como verdadera.
Sólo aquellos que viven colgados ciegamente de la mano
providente del Padre, confiados en su amor incondicional y eterno, son capaces
de vivir esa verdadera alegría que no se deja condicionar ni determinar por
ninguna circunstancia, estado de ánimo o persona. No olvides que la verdadera
alegría, la alegría cristiana, florece con mayor belleza en la Cruz, en la
fidelidad escondida y hasta rutinaria del deber, en ese monótono y grisáceo día
a día que a veces tanto nos pesa. Una poderosa aliada del mal y de la tibieza
es la tristeza, que siempre llega de la mano del desánimo y de la desgana
espiritual. El alma triste se inutiliza para la vida apostólica, pues centra
todas sus pocas fuerzas en contemplarse y darse vueltas a sí misma. No dejes
que esa sutil carcoma entre en tu alma y tendrás asegurada la victoria de
Cristo en cada una de tus luchas.
Antonio
Comentarios