Imprégnalo
todo de sencillez.
La lógica del mundo es complicada y rebuscada, llena de
recovecos, caretas y artificios simulados, todo para conseguir tan sólo unas
migajas de prestigio, de influencia, de poder o de dinero. Cuánta hipocresía y
falsedad allí donde crees encontrar aprecio, interés y afable cortesía. Cuánta
política de intereses, cuánto egoísmo y cuanta egolatría detrás de fines buenos
e, incluso, con apariencia muy cristiana.
¿Crees, acaso que el corazón del hombre, abandonado a sí
mismo, es capaz de algo bueno sin Dios y sin su gracia? La sencillez, en
cambio, cautiva y atrae los corazones más endurecidos, suaviza las situaciones
más tensas, suscita la confianza de los demás, gana amistades y afectos.
Sencillez y llaneza en el trato con los demás. En tu oración, en tu alegría, en
tu saber estar, en tu quehacer laboral, en tu entrega apostólica. Sencillez,
ante todo, en tu vida espiritual y en tu relación con Dios, pues cuanto más
sencillo es todo más lleva la huella y la presencia de Dios. En las
circunstancias más anodinas e insustanciales, en las más aparentemente
ineficaces, en la sencillez de lo más ordinario, ahí se te da el Señor con una
plenitud capaz de desbordar y traspasar los pequeños límites de cada
acontecimiento. Imprégnalo todo de sencillez, allana esos senderos tortuosos y
escarpados de tu alma y contagiarás a muchos, ese suave aroma de la presencia
de Dios. El mundo, quizá, no entienda nunca el lenguaje de la sencillez, pero
es el que habla Dios, si quieres entenderle a Él.
Antonio
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