Gratuidad


LA GRATUIDAD.
Una de las cosas que más nos cuesta aceptar de corazón es la gratuidad. Nos cuesta entender que alguien pueda recibir algo por lo que no has luchado, por lo que no se ha esforzado en absoluto. Recibir un don como regalo, sin mérito alguno, no como pago al bien realizado, parece injusto. Nos cuesta entender que alguien nos dé lo que no merecemos, lo que no nos corresponde y que no espere nada a cambio como retribución. En nuestras relaciones humanas  no reina la gratuidad. Damos amor y esperamos recibir el amor correspondiente, servimos y buscamos que nos sirvan, damos la vida y esperamos el agradecimiento. Muchas veces, en nuestras relaciones familiares y de amistad, falta la gratuidad. Cuidamos una relación y esperamos que el otro aporte. No entendemos bien del todo la gratuidad en la vida y la gratuidad de Dios. El otro día leía:” La gratuidad te desguaza el  yo, sede  de la soberbia, autonomía y riqueza. El amor de Dios, el amarte gratuitamente, sin pedir nada a cambio, sin necesitar méritos precedentes, sin que ni siquiera tu buen comportamiento sirva de aval, llega a la raíz de tu propio yo. En ese terreno el yo humano pierde `protagonismo, se le regala todo”. El don que recibimos sin dar nada a cambio nos cuesta aceptarlo porque nos sentimos en deuda. No entendemos que su amor nos desborde sin esperar nada de nosotros. Que Dios pueda amarnos en nuestra debilidad, en nuestro pecado, en nuestras heridas y fealdad. Por eso nos apartamos de Dios cuando pecamos, cuando experimentamos la debilidad y sentimos que nuestra vida no es digna de ser amada y aceptada. No creemos en su divina misericordia y pensamos que ya no merecemos su amor.
Tal vez lo que nos falta es creer y confiar realmente en Dios. En su misericordia, en su amor, en su bondad. Confiar en Dios y creer que es  amor no es fácil cuando en la vida personal no lo hemos tocado. Creer en un Dios que me quiere por lo que soy y no por lo que hago es una gracia. Un Dios que se alegra en mi porque soy débil y no a pesar de mis caídas. Una mirada así sobre nuestra vida, nos sana, nos eleva, nos purifica. Un amor que no está pidiendo correspondencia, pago por el bien dado. Un amor que nos lava, que nos eleva y nos sana.  Un amor así es el de Dios. Es el amor que toma la iniciativa y sale a nuestro encuentro. Necesitamos rostros concretos, amores humanos, que reflejen ese amor divino.
Nosotros debemos reflejar de modos especial el rostro de Dios. Reflejar la gratuidad en nuestra forma de amar. Así podrán conocer cómo amar a Dios, cuando lo vean de forma limitada en nosotros. Para eso  debemos tener  el corazón arraigado en el corazón de Dios, Dios me ama como soy; caído o en pie de guerra; herido o sin manchas; débil o fuerte. Me quiere igual. Así es el amor gratuito de Dios. La Pascua es el amor de Cristo resucitado que irrumpe en nuestra vida pequeña y mezquina y la salva.; la hace grande, libre, inmensa por obra de su misericordia.

Antonio

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