En este tiempo de gracias, que es la Cuaresma, queremos mirar
nuestra vida y aprender a pedir perdón y a perdonar. En ocasiones miramos
nuestra historia y pensamos que no tenemos nada contra nadie, que estamos en
paz con todos. Pero luego, basta con escarbar un poco en el pasado, y salen a
la luz muchas heridas y rencores. Nuestra memoria guarda en el corazón todo lo
sucedido. Por eso, cuando súbitamente dejamos aflorar lo que hay en lo más
hondo, volvemos a sentir la frustración, el dolor, la ofensa. Sí, tenemos
enemigos y tienen rostro concreto. A lo mejor ellos ignoran su condición. Tal
vez ni saben que nos han hecho daño o piensan que ya lo hemos olvidado. Pero
no, ¡cómo se graba la herida en lo más profundo del corazón!
¡Qué difícil perdonar y olvidar! ¿Es el orgullo el que nos
impide pasar página? ¿Es el miedo a
volver a ser heridos el que no nos deja del todo protegernos y estar alerta?
Necesitamos perdonar para volver a recorrer los caminos ya
pisados, Si no lo hacemos, no podremos movernos con libertad. Tendremos miedo
al dolor. Pensaremos en la herida y nos asustará que vuelva a abrirse. Pero ¿cómo se perdona? Es una gracia
que tenemos que pedir, porque no sabemos cómo hacerlo. Perdonar para volver a
confiar.
Es verdad que el perdón nos sana, nos libera, nos levanta. Y
el sabernos perdonados por los hombres saca lo mejor de nosotros. Dios perdona
siempre y olvida, cree en nosotros. Es un misterio, un don. Su misericordia
tiene que ayudarnos a ser
misericordiosos con los que nos ofenden. Pero, ¡cuánto nos cuesta perdonar!
Al mismo tiempo es necesario aprender a pedir perdón,
seguramente somos enemigos de alguien y no lo sabemos. Habrá una herida con
nuestro nombre en algún corazón. Tal vez sí lo sabemos. Lo hicimos, herimos,
fallamos. A veces sin darnos cuenta. Pecamos con nuestras palabras, gestos u
omisiones. Porque cuando omitimos en el amor también herimos. ¡Y cuánto nos
cuesta pedir perdón! ¿Es de nuevo el orgullo, el amor propio? Puede ser, porque
así actuamos siempre. Buscamos otros culpables que nos eximan de la culpa. Pero
hicimos daño. Casi sin darnos cuenta dejamos cicatrices en algún alma. En
ocasiones hemos hablado mal de otros. Hemos pensado o criticado en nuestro
corazón a alguna persona, a una comunidad, al que es diferente. Tal vez nos
hemos sentido superiores, no hemos acogido al nuevo. A lo mejor hemos evitado a
algunos hiriéndoles con nuestra indiferencia. Tal vez no hemos tenido valor
para iniciar un reencuentro sanador y hemos dejado pasar el tiempo pensando que
así todo se arreglaría. Sí, hemos abandonado heridos al borde del camino y
hemos seguido de largo. ¿Por qué nos cuesta tanto pedir perdón? Tal vez a veces
no somos conscientes de lo que hacemos. Lo hacemos y ya está, no le damos
importancia. Luego no valoramos el daño, la herida, el dolor causado. ¿Inconsciencia?
¿Inmadurez? ¿Egoísmo? No importan las causas. Lo importante es mirar el camino
que tenemos por delante. ,
Mirar y confiar. Sí, de eso se trata. De pedir perdón para
iniciar una nueva historia. Pidamos perdón a todos aquellos a los que hemos herido.
Pedir perdón nos hace vulnerables. Nos abre a la misericordia de los demás. .
Es sanador para el que pide perdón y para el que perdona .
Antonio
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