Maria Magdalena


... la pecadora que entra silenciosamente en casa de Simeon con un vaso de alabastro, ya no es una pecadora. Ha visto y contemplado antes de aquel día a Jesús, y ya no es una meretriz. Ha oído hablar a Jesús, ha oído sus palabras: su voz la ha conturbado, sus palabras la han estremecido. La mujer pecadora ha aprendido que hay un amor más dulce que la voluptuosidad, una pobreza más rica que los estáteres y los talentos. Cuando entra en casa de Simeón no es la misma mujer de antes, la que los hombres del país señalaban con el dedo haciéndose un guiño, la que el fariseo conoce y desprecia. Su alma ha cambiado. Ha cambiado toda su vida. Su carne es ahora casta: su mano es pura, sus labios ya no saben de la acidez del minio; pero sus ojos han aprendido a llorar. Está dispuesta, según la promesa del Rey, para entrar en el Reino.
Sin esa promesa no se puede entender la historia que sigue. La Pecadora salvada quiere recompensar con algún agradecimiento a su Salvador. Y toma una de las cosas más preciosas que le han quedado: un vaso sellado, lleno de nardo y va a ungir con aquel óleo costoso los cabellos de su Rey.
 
...Por tal presentimiento, la llorosa, sigue llorando sus lágrimas a los pies de Jesús, entre la estupefacción de todos, que no saben ni entienden nada. Y ahora, los pies del Libertador están húmedos de llanto, y la sal del llanto se ha mezclado con el perfume del nardo. La pobre pecadora no sabe como enjugar aquellos pies que sus ojos han regado. No lleva consigo un paño blanco, y su túnica no le parece digna de tocar la carne del Señor. Entonces piensa en sus cabellos, en la suavidad y finura que tanto gustaron. Se suelta las trenzas, quítase las horquillas y peinas. La abundancia de la cabellera cae sobre su rostro, cubriendo su rubor y piedad. Y con las trenzas deshechas de sus cabellos, cogidas ambas manos, enjuga lentamente los pies que han llevado a su Rey a aquella casa.
Ya ha cesado de llorar. Todas sus lágrimas han sido derramadas y enjugadas. Ha terminado su papel; pero solo Jesús ha comprendido su silencio....
 
fuente: Jesús de Nazaret
Giovanni Papini

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