Oración



LA   ORACIÓN

La oración es la forma de plegaria que consiste en ponerse en presencia frente Dios en la soledad y el silencio, durante un tiempo más o menos prolongado, con el deseo de entrar en una íntima comunión de amor con Él. Vivir en oración, es decir, practicarla regularmente es entrar  a una vida cristiana y estar en condiciones de responder a su llamada  a la santidad que es para todos, sin importar condición social, estudios, o edad.
La oración es la respiración del alma, quien deja de orar está espiritualmente muerto, de ahí la necesidad de la oración.
La oración no es una técnica si no una gracia, no existe un método para orar como si fuera una receta que bastaría aplicar bien para hacerlo con éxito. La verdadera plegaria contemplativa es un don gratuito de Dios que en todo caso necesitamos saber “cómo se recibe”.  Las técnicas de meditación que hoy abundan son un conjunto de métodos que centralizan su esfuerzo en el hombre, en lo que puede lograr; en cambio la contemplación cristiana es Dios mismo el que se da al hombre gratuitamente. Si la oración dependiera de técnicas la consecuencia sería que habría personas capaces y otras no.
Lo que asegura el progreso en la vida de oración no es como uno reza sino en ciertas actitudes interiores o disposiciones del corazón que son:
La fe y la confianza, la pureza de intención, la humildad, la perseverancia, la pobreza de corazón.

La fe y la confianza (base de la oración)
Hay una parte de lucha en la oración y el arma es la fe. La fe es la capacidad del creyente de conducirse no según sus impresiones, los prejuicios o las ideas recibidas del medio, sino según le dice la palabra de Dios que no puede mentir.

La fe en la presencia de Dios: creerlo de todo corazón más allá de que estemos solo con El en la Iglesia o en nuestra habitación, no importa el medio que nos rodea. Entrar en su presencia más allá de sentir o no sentir su presencia, es un acto de la voluntad de querer estar con EL.
La vida de oración nos transforma, es fuente de bendiciones, nos sana, nos libera y santifica quien persevere en ella recibirá sólo bienes, aunque la impresión fuera de esterilidad y de que no se progresa o que no sirve para nada.

Es tentación frecuente abandonar la oración al no obtener frutos rápidamente. Lo más importante no es que la oración sea hermosa sino que sea perseverante y fiel. No juzguemos nosotros nuestra oración, la calidad será el fruto de la fidelidad.

Pureza de intención.
Consiste en buscar a Dios y no a nosotros mismos olvidándose de sí mismo y agradando sólo a Él. Quien se busca a sí mismo en la oración la abandona muy pronto cuando se vuelva árida, difícil o no le dé el placer que esperaba de ella. No agradamos a Dios por nuestros méritos sino por la gran confianza que tengamos a su infinita misericordia.

Humildad y pobreza de corazón.
La humildad es la capacidad de aceptar nuestra realidad de seres limitados esperándolo todo de Dios. El humilde acepta alegremente ser nada porque Dios es todo para él. Aceptar en la oración nuestra nada, nuestra fragilidad, nuestra pobreza es la fuente de todos los bienes espirituales.

La perseverancia.
Perseveramos  si se lo pedimos a Dios con confianza y estamos firmemente decididos a hacer aquello que depende de nos otros. Sin vida de oración no existe santidad.

El que persevere recibirá infinitamente más de lo que se atreve a pedir o esperar no porque lo merezca sino porque  Dios lo ha prometido.
El problema de la falta de tiempo.
Antes de decir no tengo tiempo hay que preguntarse qué es lo prioritario para mi vida. El tiempo dado a Dios no es tiempo robado a los otros. Si estamos atentos a Dios estaremos presentes también en la vida de los demás.

Rezaré cuando me surja el deseo de hacerlo. El deseo es algo muy hermoso pero muy cambiante, podríamos correr el riesgo de esperarlo toda la vida habiendo algo más importante que nuestro deseo: es Dios el que lo quiere.
La falsa humildad.

“Estoy lleno de defectos, no progreso, soy incapaz de convertirme y amar seriamente al Señor: presentarme ante El en esta estado es una hipocresía; me hago el santo y no valgo más que los otros que no rezan. Sería más honesto frente a Dios dejar todo”.

Eso es falso porque sólo cuando se puede ver así el interior es cuando nos ponemos  delante de Dios, la solución es la perseverancia para alcanzar la conversión como don de Dios, el demonio lo sabe por eso nos desalienta.

Dejar de rezar porque se ha pecado es sólo apariencia de humildad, de hecho es sólo presunción y falta de confianza. Lo que hay que hacer cuando se cae es arrojarse inmediatamente con arrepentimiento y humildad a la misericordia divina y mientras se espera por la gracia de la confesión no abandonar los ejercicios de piedad acostumbrados esto es lo que más honra a la misericordia divina.

En la vida espiritual debemos buscar el equilibrio: por una parte aceptar nuestra miseria y no esperar a ser santos para comenzar a orar y por otra parte aspirar fuertemente a la perfección que sabemos nos dará EL y sólo El en nuestros ratos de intimidad en clima de oración que nos hace tender a lo absoluto a pesar de las miserias.

Ayuda mucho fuera de la oración vivir en su presencia y seguir dialogando con El en las ocupaciones cotidianas. Aprender a vivir bajo la mirada amante y misericordiosa de Dios y no bajo el temor constante del juicio de los hombres.
Relación entre oración y vida.

Existe entre ambas  un lazo. La oración es escuela, un ejercicio de aprendizaje en el que comprendemos, practicamos y profundizamos ciertas actitudes frente a Dios, frente a nosotros mismos y frente a los demás que se convierte de a poco en nuestra forma de ser y reaccionar. La oración es escuela de amor porque todas las virtudes que se practican en ella son las que permiten que el amor se expanda en nuestro corazón y llegue al prójimo.

Como emplear el tiempo de oración.
Cada uno debe descubrir según le inspire el espíritu de Dios por qué caminos lo quiere llevar, a veces deberemos sólo recibir, a veces actuar, a veces debemos combatir a veces debemos descansar.

No es importante la receta para orar, sino el clima o paisaje interior que debemos estar atentos para descubrir y ubicarnos en nuestro propio itinerario de oración.
Primacía de  la acción divina: Lo importante no es lo que nosotros hacemos sino lo que Dios obra en nosotros en ese tiempo. Esto es muy liberador, si nosotros no podemos hacer nada, Dios actúa vivificando, sanando, santificando en lo más profundo del alma. Consiste en estar frente a Dios sin hacer nada y sin pensar particularmente en nada pero en actitud profunda de disponibilidad, de abandono a Dios que actúa en nuestro ser y esto es lo importante.

Primacía del amor:: Santa Teresa decía lo que cuenta no es pensar mucho sino amar mucho. Quien se encuentra agotado, oprimido por las distracciones, incapaz de rezar, siéntase liberado sabiendo que aunque no pueda sentir,  si puede amar ofreciendo al Señor su pobreza con gran confianza. Amar es la decisión de estar con el amado. Nuestro primer trabajo supone no pensar, no sentir y no hacer nada para Dios sólo dejarse amar por El. Orar es ponerse en su presencia divina tal como somos creyendo que nos ama independientemente de nosotros.
Tender a la simplicidad: En la oración no buscar el alto vuelo con producciones propias, sino la afectiva conversión del corazón. Un solo acto de amor es la mejor oración. Cuanto más se simplifica nuestra oración más unión con Dios existe.

El Señor mira el corazón del que ora y sus sentimientos. No el tiempo que reza. Dios no necesita de nuestra obras pero sí nuestro amor.
La oración auténtica brota de una fe viva, la expresa y la alimenta. Poca oración sin fe, porque sólo la fe animada por el amor nos permite llegar a Dios.

Como no sabemos orar, invocar al  Espíritu Santo.

Dice el Papa  Francisco que sin oración, la fe se convierte en ideología y esto asusta  y aleja a la gente de la Iglesia.

Me atrevo a sugeriros que si tenéis tiempo y queréis profundizar en la oración os recomiende:
Tiempo para Dios (Jacques Philippe)

Antonio 

 

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