No creas que la oración consiste sólo en repetir avemarías o
en recitar padrenuestros. La oración es una necesidad del amor pues, cuando
comienzas a gustar la intimidad de Dios, buscas estar con Él y deseas amarle. Poco sabe de
verdadero amor quien no sabe de oración. Y poco conoce a Dios quien no le trata
a solas, en la intimidad del silencio interior. Porque, si no tratas a diario
con Dios, terminas haciendo de Él una idea, cada vez más lejana y ajena a tu
vida.
Entre los quehaceres diarios, has de reservar un tiempo para
estar a solas con Dios y orar con Él. Es bueno fijar, para cada día de la
semana, la hora y el lugar de tu oración.
Y has de ser fiel a esa cita diaria, aunque no tengas ganas y no te
apetezca, aunque tengas otras muchas cosas urgentes que hacer, aunque estés
cansado, aunque te aburras y te distraigas. De ese poco de agua que bebas cada
día en la fuente de tu oración depende la fecundidad o esterilidad de esa
tierra de tu alma, que cada día siembra de tanto activismo y diversión. Pero,
que tu oración no sea un cumplimiento voluntarista o interesado, una ocasión
para alimentar tu vanidad y soberbia espiritual. Una oración que nos hace creer
que ya somos buenos porque rezamos, que nos mueve a cambiar de vida, o que no
fructifica en obras concretas de santidad y de mucha renuncia a uno mismo,
termina siendo un engaño espiritual y una puerta al más útil puritanismo. El
amor necesita orar. No una vez; tampoco de vez en cuando. El amor necesita orar
siempre. En todo, porque no se
puede dejar de amar siempre y en todo.
Antonio
Comentarios