No debemos juzgar a los demás, ya que no podemos ser
conscientes de lo que cada cual lleva dentro. Cuando uno denigra a otro es
porque él mismo no puede crecer y necesita humillar al otro para sentirse
alguien. No nos denigremos los unos a los otros, porque en el fondo caminamos
por el mismo camino, todos vamos por el mismo camino que nos lleva al final. Si
la cosa no va por el camino de la fraternidad, todos terminaremos mal: el que
insulta y el insultado.
Somos débiles y pecadores, por lo que es más fácil terminar
una situación con un insulto, con una calumnia, con una difamación que
arreglarla con algo bueno.
¿Qué hacer cuando un hermano actúa o dice cosas que no son correctas o que pueden ser
entendidas de forma incorrecta? Aquí nos encontramos con la difícil tarea de la
corrección fraterna. Por lo pronto, la corrección debe ser privada y muy
discreta. No se trata de airear los errores de los demás, sino de reconducir a
nuestros hermanos hacia la dirección correcta.
Muchas veces transitamos por caminos diferentes que nos
llevan al mismo sitio. Caminos que dependen de nuestro carisma y personalidad y
que pueden resultar incómodos y extraños a otras personas. Por eso existen
comunidades, órdenes, movimientos y grupos en general, de gran diversidad. Si
tenemos que trabajar juntos. Siempre es más fácil hacerlo cuando el grado de sintonía
es mayor. Pero, cuidado con el elitismo y la soberbia. Precisamente la sintonía
extrema nos puede llevar a aislarnos de los demás y a sentirnos los “elegidos”
o “los portadores de la Verdad”.
¿Cómo compaginar la diversidad creativa y la necesidad de una
fraternidad lo más universal posible? Porque tendemos a irnos a los extremos y
optar por grupos elitistas o por pertenecer a una masa abúlica. Se puede ser
muy dinámico sin pensar que ese dinamismo sirve para convertirnos, de igual
forma, podemos ser muy contemplativos, sin esperar que nuestra quietud de
espíritu sea la que nos convierta y justifique ante Dios.
Esto no quiere decir que
dejemos que el relativismo campe con libertad en la Iglesia. Para evitar
que el relativismo nos vacíe de sentido, tenemos la Tradición, Revelación y
Doctrina eclesial. Demos gracias a Dios por tener esta inestimable ayuda y
desconfiemos cuando nos digan que no es necesaria o es contraproducente.
Es muy fácil denigrar, insultar y hasta condenar a otras
personas por el simple hecho de no sentir y vivir la fe como nosotros. Dios es
el único capaz de juzgar nuestro corazón y nuestros actos, de forma imparcial.
No nos pongamos en el lugar que nuestro Señor se ha reservado a sí mismo,
porque estaremos actuando de forma totalmente equivocada. Demos profundidad y
sentido a todo lo que realizamos, sin mirar atrás a ver qué está haciendo el
vecino, porque podremos convertirnos en estatua de sal.
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