He aquí la sangre que lloró Maria,
la que lloró el mundo, la que no he llorado,
brotada de aquel golpe despiadado
que en su pecho asesté con mano impía.


Yace inmolado aquí en el alma mía
su cuerpo, lirio roto, coronado
de burlas, redentor enamorado
que hirió mi desvarío con porfía.


Tú, Jesús, nunca amado y siempre amante,
desde tu trono de dolor me esperas
y, amándome, a ti mismo te traicionas.


Y en la sed de tu pecho agonizante,
cuanto más desespero perseveras
y cuanto más te ofendo me perdonas.


Jesus Cotta Lobato

Fuente: Magnificat nº 112

Comentarios