Saber escuchar.
Cuántas veces sólo necesitamos eso: que nos escuchen.
Escuchar es acoger al otro dentro de ti como si fuera algo íntimamente tuyo, es
dejar que el otro descanse en tu alma, como el Señor dejó que el discípulo
amado descansara en su corazón. Es una forma sencilla y muy asequible de vivir la maternidad espiritual.
Aprender a escuchar es también aprender
a vivir el silencio, dominando la palabra superficial e inútil. Escuchar sin prisas, con interés,
sin mostrar disgusto o contrariedad porque los demás te roban tu tiempo o te
cambian tus planes, poniendo lo que recibes en la presencia de Dios, orando
internamente por la persona que así se entrega.
En cada alma que te habla deberían resonar aquellas palabras
del Padre en la transfiguración,: “Este es mi hijo muy amado, escuchadle”
Escucha y acoge a Cristo en las almas. Con la misma paciencia, delicadeza,
disponibilidad, con la que El te escucha y te acoge a ti. El trato con Dios en
tu oración personal ha de ser tu mejor
escuela y entrenamiento para saber escuchar a las almas. Piensa como escucharía
María cada una de las palabras de su Hijo, como escucharía el Hijo cada una de
las palabras de José, de los discípulos, de los enfermos que se le acercaban,
pero, sobre todo, piensa como escucharía Nuestro Señor cada una de las
palabras del Padre. Así también eres tú
escuchado, siempre, en lo más íntimo del corazón de Cristo.
Antonio
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