LA FAMILIA Y
EL DEFICIENTE.
Cuando nace un niño con deficiencia mental, es un
desconcertante acontecimiento familiar que afecta a todos sus miembros y que
tienen que procurar afrontar con la máxima unión posible. Conviene comunicar la
noticia lo antes posible a ambos padres a la vez, en un sitio tranquilo y donde
puedan preguntar las dudas y preocupaciones que surjan, pues es importante que
tengan desde el primer momento un conocimiento real y objetivo de la situación,
a fin de que puedan tomar sus decisiones con pleno conocimiento de causa.
La misión de los padres es potenciar el máximo desarrollo
posible para el miembro más débil y vulnerable de su familia. Si la pareja
estaba realmente unida, el hijo minusválido consolida esta situación porque el
matrimonio afronta junto el dolor y le da sentido. Pero si en las relaciones
conyugales existían fisuras estas se hacen más patentes, porque, en lugar de
sufrir juntos, cada uno vive su propio dolor y culpa al otro de su desgracia.
A su vez los padres deben comentarlo a sus otros hijos, según
su edad, al resto de la familia y a sus amigos de verdad, explicándoles
claramente el `problema, y ponerse a trabajar todos en la búsqueda de un futuro
lo mejor posible, siendo muy conveniente estimular la cooperación de los
hermanos en la adaptación social del deficiente mental, pudiendo la fe
religiosa ayudar mucho en esta situación. También los abuelos pueden
representar una importante ayuda, si saben aceptar al nieto, pues pueden ser un
soporte muy importante ya que suelen disponer de más tiempo.
Quienes están cerca de deficientes descubren en ellos los
grandes valores que nos aportan, como pueden ser lealtad, ternura, cariño.
Pero, a su vez, estos niños necesitan mucho amor y afecto para ir realizando su
integración familiar y su desarrollo afectivo, porque empiezan su andadura en circunstancias nada fáciles,
aunque con un adecuado tratamiento, el estado de las personas afectadas por el
retraso mental puede mejorar considerablemente, compensando así de algún modo
sus carencias. Por ser el más débil y necesitado recibe más afecto, pero
tampoco es conveniente una sobreprotección.
La maduración afectiva requiere, como caldo de cultivo, un
ambiente familiar acogedor, un amor incondicional, donde los padres acepten la
realidad de la discapacidad de su hijo, pero son conscientes de que a pesar de las dificultades, si se
muestran alegres, pueden también hacer feliz a su hijo, sea cual sea su
discapacidad.
Para ello es conveniente recordar en la familia que el niño
tiene su propia personalidad y que tenemos que aprender a entender su conducta
y a leer sus sentimientos, trabajando con ilusión por su perfeccionamiento y
autonomía, aunque atendiendo a sus necesidades especiales, sin depender en
exceso de los profesionales, si bien escuchando y considerando la opinión de
éstos.
Antonio
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