Tras la lectura de la Carta Apostólica de Juan Pablo II, he resaltado algunos de sus aspectos principales. Al final de la entrada se encontrará el enlace para poder leer el documento completo.
CARTA
APOSTÓLICA
DIES
DOMINI
EL
SANTO PADRE
JUAN
PABLO II
AL
EPISCOPADO, AL CLERO Y A LOS FIELES
SOBRE
LA SANTIFICACIÓN DEL
DOMINGO
Es el día de la evocación adoradora y agradecida del primer
día del mundo y a la vez la prefiguración, en la esperanza activa, del « último
día », cuando Cristo vendrá en su gloria .
Nadie
olvida en efecto que, hasta un pasado relativamente reciente, la «
santificación » del domingo estaba favorecida, en los Países de tradición
cristiana, por una amplia participación popular y casi por la organización
misma de la sociedad civil, que preveía el descanso dominical como punto fijo
en las normas sobre las diversas actividades laborales. Pero hoy, en los mismos
Países en los que las leyes establecen el carácter festivo de este día, la
evolución de las condiciones socioeconómicas a menudo ha terminado por
modificar profundamente los comportamientos colectivos y por consiguiente la
fisonomía del domingo. Se ha consolidado ampliamente la práctica del « fin de
semana », entendido como tiempo semanal de reposo, vivido a veces lejos de la
vivienda habitual, y caracterizado a menudo por la participación en actividades
culturales, políticas y deportivas, cuyo desarrollo coincide en general
precisamente con los días festivos. Se trata de un fenómeno social y cultural
que tiene ciertamente elementos positivos en la medida en que puede contribuir
al respeto de valores auténticos, al desarrollo humano y al progreso de la vida
social en su conjunto. Responde no sólo a la necesidad de descanso, sino
también a la exigencia de « hacer fiesta », propia del ser humano. Por
desgracia, cuando el domingo pierde el significado originario y se reduce a un
puro « fin de semana », puede suceder que el hombre quede encerrado en un
horizonte tan restringido que no le permite ya ver el « cielo ». Entonces,
aunque vestido de fiesta, interiormente es incapaz de « hacer fiesta »
A
los discípulos de Cristo se pide de todos modos que no confundan la celebración
del domingo, que debe ser una verdadera santificación del día del Señor, con el
« fin de semana », entendido fundamentalmente como tiempo de mero descanso o
diversión.
En la conciencia de muchos fieles parece disminuir no sólo el
sentido de la centralidad de la
Eucaristía , sino incluso el deber de dar gracias al Señor,
rezándole junto con otros dentro de la comunidad eclesial.
Concilio
Vaticano II al enseñar que, en el
domingo, « los fieles deben reunirse en asamblea a fin
de que, escuchando la Palabra
de Dios y participando en la
Eucaristía , hagan memoria de la pasión, resurrección y gloria
del Señor Jesús y den gracias a Dios que los ha regenerado para una esperanza
viva por medio de la resurrección de Jesucristo de entre los muertos (cf. 1 P
1,3) ».
En la
experiencia cristiana el domingo es ante todo una fiesta
pascual, iluminada totalmente por la gloria de Cristo resucitado.
En
efecto, el « descanso » de Dios no puede interpretarse banalmente como una especie
de « inactividad » de Dios.
El
Dios que descansa el séptimo día gozando por su creación es el mismo que
manifiesta su gloria liberando a sus hijos de la opresión del faraón
El sábado no se coloca junto a los ordenamientos meramente culturales, como sucede
con tantos otros preceptos, sino dentro del Decálogo, las « diez palabras » que
delimitan los fundamentos de la vida moral
Si este precepto tiene también una convergencia natural con la
necesidad humana del descanso, sin embargo es necesario referirse a la fe para
descubrir su sentido profundo y no correr el riesgo de banalizarlo y
traicionarlo.
Precisamente por esto es
también el día del descanso. La interrupción del ritmo a menudo avasallador de
las ocupaciones expresa, con el lenguaje plástico de la « novedad » y del «
desapego », el reconocimiento de la dependencia propia y del cosmos respecto a
Dios. ¡Todo es de Dios!
El descanso asume así un valor típicamente sagrado: el fiel es
invitado a descansar no sólo como Dios ha descansado, sino a descansar en el
Señor, refiriendo a él toda la creación, en la alabanza, en la acción de
gracias, en la intimidad filial y en la amistad esponsal.
los
cristianos, percibiendo la originalidad del tiempo nuevo y definitivo
inaugurado por Cristo, han asumido como festivo el primer día después del
sábado, porque en él tuvo lugar la resurrección del Señor.
Del « sábado » se pasa al « primer día después del sábado »; del
séptimo día al primer día: el dies Domini se convierte en el dies Christi!
el domingo cristiano, que cada semana propone a la consideración y a
la vida de los fieles el acontecimiento pascual, del que brota la salvación del
mundo.
El
sábado los judíos debían reunirse en la sinagoga y practicar el descanso
prescrito por la Ley. Los
Apóstoles, y en particular san Pablo, continuaron frecuentando en un primer
momento la sinagoga para anunciar a Jesucristo, comentando « las escrituras de
los profetas que se leen cada sábado » (Hch 13,27)
El
domingo es pues el día en el cual, más que en ningún otro, el cristiano está
llamado a recordar la salvación que, ofrecida en el bautismo, le hace hombre
nuevo en Cristo
Día
de la luz, el domingo podría llamarse también, con referencia al Espíritu
Santo, día del « fuego ».
El
domingo es por excelencia el día de la fe. Lo
subraya el hecho de que la liturgia eucarística dominical, así como la de las
solemnidades litúrgicas, prevé la profesión de fe. El « Credo »
La práctica espontánea pasó a ser después norma establecida
jurídicamente: el día del Señor ha marcado la historia bimilenaria de la Iglesia. ¿Cómo se podría
pensar que no continúe caracterizando su futuro?
Llamada
a una nueva labor catequética y pastoral, para que ninguno, en las condiciones
normales de vida, se vea privado del flujo abundante de gracia que lleva
consigo la celebración del día del Señor
Para
que esta presencia sea anunciada y vivida de manera adecuada no basta que los
discípulos de Cristo oren individualmente y recuerden en su interior, en lo
recóndito de su corazón, la muerte y resurrección de Cristo
Por
eso es importante que se reúnan, para expresar así plenamente la identidad
misma de la Iglesia ,
la ekklesía, asamblea convocada por el Señor resucitado, el cual ofreció su
vida « para reunir en uno a los hijos de Dios que estaban dispersos » (Jn
11,52).
Esta
unidad se manifiesta externamente cuando los cristianos se reúnen: toman
entonces plena conciencia y testimonian al mundo que son el pueblo de los
redimidos formado por « hombres de toda raza, lengua, pueblo y nación » (Ap
5,9). En la asamblea de los discípulos de Cristo se perpetúa en el tiempo la
imagen de la primera comunidad cristiana,
La
dimensión intrínsecamente eclesial de la Eucaristía se realiza cada vez que se celebra.
Pero se expresa de manera particular el día en el que toda la comunidad es
convocada para conmemorar la resurrección del Señor. El Catecismo de la Iglesia Católica
enseña de manera significativa que « la celebración dominical del día y de la Eucaristía del Señor
tiene un papel principalísimo en la vida de la Iglesia ».
Ciertamente,
la Eucaristía
dominical no tiene en sí misma un estatuto diverso de la que se celebra
cualquier otro día, ni es separable de toda la vida litúrgica y sacramental.
La Eucaristía dominical, sin embargo, con
la obligación de la presencia comunitaria y la especial solemnidad que la
caracterizan, precisamente porque se celebra « el día en que Cristo ha vencido
a la muerte y nos ha hecho partícipes de su vida inmortal »,(44) subraya con
nuevo énfasis la propia dimensión eclesial, quedando como paradigma para las
otras celebraciones eucarísticas.
El
dies Domini se manifiesta así también como dies Ecclesiae. Se comprende
entonces por qué la dimensión comunitaria de la celebración dominical deba ser
particularmente destacada a nivel pastoral.
Concilio
Vaticano II ha recordado la necesidad de « trabajar para que florezca el
sentido de comunidad parroquial, sobre todo en la celebración común de la misa
dominical
La
asamblea dominical es un lugar privilegiado de unidad. En efecto, en ella se
celebra el sacramentum unitatis que caracteriza profundamente a la Iglesia , pueblo reunido «
por » y « en » la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
A
este respecto, se ha de recordar que corresponde ante todo a los padres educar
a sus hijos para la participación en la
Misa dominical, ayudados por los catequistas, los cuales se
han de preocupar de incluir en el proceso formativo de los muchachos que les
han sido confiados la iniciación a la
Misa , ilustrando el motivo profundo de la obligatoriedad del
precepto.
Celebración
de Misas para niños, según las varias modalidades previstas por las normas
litúrgicas.
En
las Misas dominicales de la parroquia, como « comunidad eucarística »,(52) es
normal que se encuentren los grupos, movimientos, asociaciones y las pequeñas
comunidades religiosas presentes en ella.
Por
esto en domingo, día de la asamblea, no se han de fomentar las Misas de los
grupos pequeños: no se trata únicamente de evitar que a las asambleas
parroquiales les falte el necesario ministerio de los sacerdotes, sino que se
ha de procurar salvaguardar y promover plenamente la unidad de la comunidad
eclesial.
Si
el domingo es el día de la fe, no es menos el día de la esperanza cristiana.

El
Concilio Vaticano II ha recordado que « la liturgia de la palabra y la liturgia
eucarística, están tan estrechamente unidas entre sí, que constituyen un único
acto de culto
Por
otra, es preciso que la escucha de la Palabra de Dios proclamada esté bien preparada en
el ánimo de los fieles por un conocimiento adecuado de la Sagrada Escritura
y, donde sea posible pastoralmente, por iniciativas específicas de
profundización de los textos bíblicos, especialmente los de las Misas festivas.
Son muy loables, pues, las iniciativas con las que las
comunidades parroquiales, preparan la liturgia dominical durante la semana,
comprometiendo a cuantos participan en la Eucaristía —sacerdotes, ministros y fieles—,
a reflexionar previamente sobre la
Palabra de Dios que será proclamada.
La
asamblea eucarística dominical es un acontecimiento de fraternidad, que la
celebración ha de poner bien de relieve, aunque respetando el estilo propio de
la acción litúrgica. A ello contribuyen el servicio de acogida y el estilo de
oración, atenta a las necesidades de toda la comunidad. El intercambio del
signo de la paz, puesto significativamente antes de la comunión eucarística en
el Rito romano, es un gesto particularmente expresivo, que los fieles son
invitados a realizar como manifestación del consentimiento dado por el pueblo
de Dios a todo lo que se ha hecho en la celebración y del compromiso de
amor mutuo que se asume al participar del único pan
En
efecto, para el fiel que ha comprendido el sentido de lo realizado, la
celebración eucarística no termina sólo dentro del templo.
La oración después de la comunión y el rito de conclusión —bendición
y despedida— han de ser entendidos y valorados mejor, desde este punto de
vista, para que quienes han participado en la Eucaristía sientan más
profundamente la responsabilidad que se les confía.
Después de despedirse la asamblea, el discípulo de Cristo vuelve a su ambiente habitual con el compromiso de hacer de toda su vida un don, un sacrificio espiritual agradable a Dios (cf. Rm 12,1). Se siente deudor para con los hermanos de lo que ha recibido en la celebración, como los discípulos de Emaús que, tras haber reconocido a Cristo resucitado « en la fracción del pan » (cf. Lc 24,30-32), experimentaron la exigencia de ir inmediatamente a compartir con sus hermanos la alegría del encuentro con el Señor (cf. Lc 24,33-35).
Después de despedirse la asamblea, el discípulo de Cristo vuelve a su ambiente habitual con el compromiso de hacer de toda su vida un don, un sacrificio espiritual agradable a Dios (cf. Rm 12,1). Se siente deudor para con los hermanos de lo que ha recibido en la celebración, como los discípulos de Emaús que, tras haber reconocido a Cristo resucitado « en la fracción del pan » (cf. Lc 24,30-32), experimentaron la exigencia de ir inmediatamente a compartir con sus hermanos la alegría del encuentro con el Señor (cf. Lc 24,33-35).

Al ausentarse de su residencia habitual en domingo, deben preocuparse por
participar en la Misa
donde se encuentren, enriqueciendo así la comunidad local con su testimonio
personal. Al mismo tiempo, convendrá que estas comunidades expresen una
calurosa acogida a los hermanos que vienen de fuera
dar a la celebración el carácter festivo correspondiente al día en
que se conmemora la
Resurrección del Señor. A este respecto, es importante
prestar atención al canto de la asamblea, porque es particularmente adecuado
para expresar la alegría del corazón, pone de relieve la solemnidad y favorece
la participación de la única fe y del mismo amor. Por ello, se debe favorecer
su calidad, tanto por lo que se refiere a los textos como a la melodía, para
que lo que se propone hoy como nuevo y creativo sea conforme con las
disposiciones litúrgicas y digno de la tradición eclesial que tiene, en materia
de música sacra, un patrimonio de valor inestimable.
Dar también a los otros
momentos de la jornada vividos fuera del contexto litúrgico —vida en familia,
relaciones sociales, momentos de diversión— un estilo que ayude a manifestar la
paz y la alegría del Resucitado en el ámbito ordinario de la vida. El encuentro
sosegado de los padres y los hijos, por ejemplo, puede ser una ocasión, no
solamente para abrirse a una escucha recíproca, sino también para vivir juntos
algún momento formativo y de mayor recogimiento. Además, ¿por qué no programar
también en la vida laical, cuando sea posible, especiales iniciativas de
oración —como son concretamente la celebración solemne de las Vísperas— o bien
eventuales momentos de catequesis, que en la vigilia del domingo o en la tarde
del mismo preparen y completen en el alma cristiana el don propio de la Eucaristía ?
Se recuperan también
expresiones antiguas de la religiosidad, como la peregrinación, y los fieles
aprovechan el reposo dominical para acudir a los Santuarios donde poder
transcurrir, preferiblemente con toda la familia, algunas horas de una
experiencia más intensa de fe. Son momentos de gracia que es preciso alimentar
con una adecuada evangelización y orientar con auténtico tacto pastoral.
Finalmente, los fieles que,
por enfermedad, incapacidad o cualquier otra causa grave, se ven impedidos,
procuren unirse de lejos y del mejor modo posible a la celebración de la Misa dominical,
preferiblemente con las lecturas y oraciones previstas en el Misal para aquel
día, así como con el deseo de la
Eucaristía. En muchos Países, la televisión y la radio
ofrecen la posibilidad de unirse a una celebración eucarística cuando ésta se
desarrolla en un lugar sagrado.(98) Obviamente este tipo de transmisiones no
permite de por sí satisfacer el precepto dominical, que exige la participación
en la asamblea de los hermanos mediante la reunión en un mismo lugar y la
consiguiente posibilidad de la comunión eucarística. Pero para quienes se ven
impedidos de participar en la
Eucaristía y están por tanto excusados de cumplir el
precepto, la transmisión televisiva o radiofónica es una preciosa ayuda, sobre
todo si se completa con el generoso servicio de los ministros extraordinarios
que llevan la Eucaristía
a los enfermos, transmitiéndoles el saludo y la solidaridad de toda la
comunidad. De este modo, para estos cristianos la Misa dominical produce
también abundantes frutos y ellos pueden vivir el domingo como verdadero « día
dEl Señor » y « día de la
Iglesia ».DDIES HOMINIS
El domingo día de alegría,
descanso y solidaridad
En esta perspectiva de fe,
el domingo cristiano es un auténtico « hacer fiesta », un día de Dios dado al
hombre para su pleno crecimiento humano y espiritual.

El sábado ha sido instituido
para el hombre y no el hombre para el sábado
Durante algunos siglos los
cristianos han vivido el domingo sólo como día del culto, sin poder
relacionarlo con el significado específico del descanso sabático.
Para los cristianos no es
normal que el domingo, día de fiesta y de alegría, no sea también el día de
descanso, y es ciertamente difícil para ellos « santificar » el domingo, no
disponiendo de tiempo libre suficiente.
El descanso es una cosa «
sagrada », siendo para el hombre la condición para liberarse de la serie, a
veces excesivamente absorbente, de los compromisos terrenos y tomar conciencia
de que todo es obra de Dios.
Por medio del descanso
dominical, las preocupaciones y las tareas diarias pueden encontrar su justa
dimensión: las cosas materiales por las cuales nos inquietamos dejan paso a los
valores del espíritu; las personas con las que convivimos recuperan, en el
encuentro y en el diálogo más sereno, su verdadero rostro. Las mismas bellezas
de la naturaleza —deterioradas muchas veces por una lógica de dominio que se
vuelve contra el hombre— pueden ser descubiertas y gustadas profundamente. Día de paz del hombre con Dios, consigo mismo y con sus semejantes, el
domingo es también un momento en el que el hombre es invitado a dar una mirada
regenerada sobre las maravillas de la naturaleza, dejándose arrastrar en la
armonía maravillosa y misteriosa que, como dice san Ambrosio, por una « ley
inviolable de concordia y de amor », une los diversos elementos del cosmos en
un « vínculo de unión y de paz »
Si después de seis días de
trabajo —reducidos ya para muchos a cinco— el hombre busca un tiempo de
distensión y de más atención a otros aspectos de la propia vida, esto responde
a una auténtica necesidad, en plena armonía con la perspectiva del mensaje
evangélico. El creyente está, pues, llamado a satisfacer esta exigencia,
conjugándola con las expresiones de su fe personal y comunitaria, manifestada
en la celebración y santificación del día del Señor.
De todos modos, es un
deber de conciencia la organización del descanso dominical de modo que les sea
posible participar en la
Eucaristía , absteniéndose de trabajos y asuntos incompatibles
con la santificación del día del Señor, con su típica alegría y con el
necesario descanso del espíritu y del cuerpo.
Además, dado que el descanso mismo, para que no sea algo
vacío o motivo de aburrimiento, debe comportar enriquecimiento espiritual,
mayor libertad, posibilidad de contemplación y de comunión fraterna, los fieles
han de elegir, entre los medios de la cultura y las diversiones que la sociedad
ofrece, los que estén más de acuerdo con una vida conforme a los preceptos del
Evangelio.
En resumen, el día del
Señor se convierte así también, en el modo más propio, en el día del hombre.
Día de la solidaridad
El domingo debe ofrecer también a los fieles la ocasión de
dedicarse a las actividades de misericordia, de caridad y de apostolado
De hecho, desde los tiempos
apostólicos, la reunión dominical fue para los cristianos un momento para
compartir fraternalmente con los más pobres.

CONCLUSIÓN
Grande es ciertamente la riqueza espiritual y pastoral
del domingo, tal como la tradición nos lo ha transmitido. El
domingo, considerando globalmente sus significados y sus implicaciones, es como una
síntesis de la vida cristiana y una condición para vivirlo bien. Se
comprende, pues, por qué la observancia del día del Señor signifique tanto para
la Iglesia y
sea una verdadera y precisa obligación dentro de la disciplina eclesial. Sin
embargo, esta observancia, antes que un precepto, debe sentirse como una
exigencia inscrita profundamente en la existencia cristiana. Es de
importancia capital que cada fiel esté convencido de que no puede vivir su fe,
con la participación plena en la vida de la comunidad cristiana, sin tomar
parte regularmente en la asamblea eucarística dominical.
Los cristianos de hoy deben
afrontar la atracción de una cultura que ha conquistado favorablemente las
exigencias de descanso y de tiempo libre, pero que a menudo las vive
superficialmente y a veces es seducida por formas de diversión que son
moralmente discutibles. El cristiano se siente en cierto modo solidario con los
otros hombres en gozar del día de reposo semanal; pero, al mismo tiempo, tiene
viva conciencia de la novedad y originalidad del domingo, día en el que está
llamado a celebrar la salvación suya y de toda la humanidad.El domingo, establecido como
sostén de la vida cristiana, tiene naturalmente un valor de testimonio y de
anuncio.
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