UN DOCTOR Y UNA DOCTORA DE LA IGLESIA PARA LA NUEVA
EVANGELIZACIÓN.
El 7 de octubre ante una Plaza de San Pedro abarrotada, el
Papa Benedicto XVI proclamó al español San Juan de Ávila y a la alemana
Hildegarda de Binguen , como doctores de la Iglesia en el marco de apertura del
Sínodo de los Obispos para la Nueva Evangelización.
Ahora bien, ¿qué nos enseñan los nuevos doctores? Ante todo,
nos animará no caer en el desaliento que se ha vuelto en el común denominador
de muchos católicos, pues nunca habrá un desafío o dificultad que sea más
fuerte que la acción de Dios en la
historia. Por otro lado, ambos demuestran que ser cristiano no es sinónimo de
ignorancia y/o complejos. Los dos eran personas preparadas con un futuro
prometedor, alegres y, sobre todo, audaces para emprender diferentes proyectos
apostólicos sin perder de vista a Cristo.
De San Juan de Ávila, hay que resaltar su opción por la formación de los sacerdotes, por el
clero diocesano. Hoy, por hoy, es urgente que en las diferentes diócesis se
consiga renovar la educación humana, física, intelectual y, sobre todo,
espiritual de los seminaristas y de los sacerdotes. San Juan de Ávila no
escatimó ningún esfuerzo, pues comprendió que, si bien es cierto que la Iglesia no son todos los
ministros ordenados, es un hecho que la presencia del sacerdote es necesaria
especialmente, por su vínculo con la administración de los sacramentos. Lo que
dio fuerza a su predicación, además de
los estudios que llegó a cursar, fue sin duda su relación de amistad con
Cristo, a quien siguió literalmente hasta las últimas consecuencias. Dos años
en la cárcel, no fueron suficientes para desanimarlo, pues era un hombre que sabía
confiar en aquel que lo había llamado.
Creyó en las universidades católicas, organizándolas y consolidándolas. San
Juan de Ávila nos anima a orar e impulsar la formación integral de los
sacerdotes, sin olvidar la importancia de acompañar a los universitarios en su
proceso espiritual y profesional. Todo un doctor a favor de los seminarios.
De Santa Hildegarda de Binguen, hay que reconocer sus
aportaciones como mujer, religiosa, mística y científica, pues consiguió
reconciliar a la fe con la ciencia. Su vida nos demuestra la importancia del
genio femenino en el ejercicio de la misión de la Iglesia. Sin desobedecer, fue
una reformadora congruente con el evangelio, capaz d abrir puertas que otros
habían cerrado. Descubrió en la belleza del arte y de la naturaleza, la huella
inconfundible de Dios. Fue una religiosa ilusionada, inteligente, abierta al
signo de los tiempos, pues estaba en el convento por vocación, en respuesta al
amor de Cristo que la acompañó a lo largo del camino. Su testimonio nos recuerda
que el Año de la Fe debe traer consigo un redescubrimiento de la vida ascética,
es decir, de las aportaciones que los místicos han dejado sobre el seguimiento
de Cristo. Se trata de una doctora que nos abre a la transcendencia, al Dios
trino y uno.
Antonio
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