Por Juan E. Díaz

Seguramente muchos de los que leerán estas líneas pueden reconocer que en algún momento de sus vidas Dios les ha hablado. Esa comunicación de Dios para con nosotros, puede llegar a través de muchos medios como la Sagrada Escritura, una homilía, un consejo de amigo, una palabra de conocimiento, entre otros. Resulta en muchos casos alentadora, en ocasiones puede ayudarnos a tomar decisiones y hasta puede resultar “devastadora” cuando nos señala que no estamos obrando bien. Es común que esperemos una comunicación de Dios de otras personas, haciendo el papel de receptor en el ejercicio de la comunicación o esperándola directamente de Él. Sucede que inconscientemente descartamos la posibilidad de ser nosotros mismos el canal que utiliza Dios para comunicarse con sus hijos. Esto es precisamente lo que descubrí en un encuentro que el Padre me permitió con una hija suya.

Estaba yo de compras en el supermercado cuando me encuentro con una señora a la cual conozco de la iglesia pero no por su nombre. Hacía bastante tiempo que no la veía y cruzaba algún saludo con ella. De inmediato me sonríe y con una mezcla de alegría y sentimiento evita la esperada socialización para ir directo al punto de lo que deseaba contarme. 

“Recuerdas el Sermón de la Soledad que diste el año pasado? - preguntó.

“Es que yo tenía que encontrarte para decirte que Dios te puso allí para mí.”

Resulta que para esa fecha, ella había perdido a un familiar cercano que dejó sin madre a dos niñas. Ella se había encargado de ellas durante ese mes y le resultaba sumamente difícil aceptar la pérdida del familiar y asumir una maternidad a destiempo, estando ella retirada de su trabajo. Habiendo transcurrido más de una año del sermón, el mero hecho de recordarlo suscitaba los mismos sentimientos que experimentó en aquel momento. Yo no recordaba los detalles de ese Viernes Santo, pero sí pude descubrir que Dios se vale de cualquiera para llegar a otros. ¿Qué conocimiento podía tener yo de que en medio del pueblo de Dios habría al menos un alma necesitada de esa palabra? Por supuesto ninguno, pero Dios quiso que así ocurriera. Él tenía algo que comunicar y se valió del más pequeño de sus servidores para hacerlo. No solo le llegó la palabra, sino que ésta respondió a sus interrogantes y le mostró el propósito de Dios para ella. El plan de Dios es siempre inesperado pero perfecto. 

Por supuesto que utilicé la oportunidad para recordarle el gran amor de Dios y hacerle algunas recomendaciones para fortalecer su fe. Un agradecimiento profundo y un abrazo dieron fin a nuestro encuentro. Me dio la espalda y siguió su camino de la mano de una de las niñas mientras yo agradecía al Todopoderoso que también me hubiese hablado, a través de ella.                                                                              

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