Pentecostes


El Greco, pintada entre 1605 y 1610, Museo del Prado


Mañana celebraremos la Venida del Espíritu Santo, hecho narrado en los Hechos de los Apóstoles, 2, 1-13:
“Cuando llegó el día de Pentecostés se encontraban reunidos todos juntos. De repente, como si apareciera un viento impetuoso, se sintió un temblor del cielo que llenó toda la casa en la que se encontraban sentados. Entonces se les aparecieron como unas lenguas de fuego que se dividían y se situaban sobre cada uno. Todos quedaron llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en diversas lenguas, tal como el Espíritu les concedía expresarse”.
Es la realización de una profecía del Antiguo Testamento, la del profeta Joel. Se celebra cincuenta días después de la Pascua de resurrección.
Es, también, el nacimiento de la Iglesia, para que los dones del Espíritu se extiendan por todo el orbe. Representa este espíritu de la Iglesia, “todos juntos” en un “mismo lugar”.
En este conocido cuadro del Greco; el Espíritu y sus dones descienden de la boca de la paloma y se posan sobre la Virgen y los Apóstoles.
Lo primero que nos impresiona es la mística de que lo rodea, los cuerpos alargados, la expresión de los rostros, el sentido interior, el contraste de los colores, el gesto, la expresión maravillosa de las manos, esas miradas devotas, confiadas que miran hacia lo alto para recibir el Espíritu Santo; donde toda la luz viene de la paloma, del Espíritu.
En la Edad Media, cuando no se representaba en la escena a la Virgen, San Pedro era el personaje central. Más tarde, desde el siglo XVI, la Virgen será  personaje principal.


El artista ha empleado un triángulo, en este caso invertido, para organizar la composición, las dos imagenes más cercanas al espectador tienen mayor movimiento aunque esteán a espaldas del espectador; La Virgen, sentada, preside la imagen y a su alrededor se agrupan los Apóstoles y la Magdalena.


El espacio es perfecto, no hay paisaje ni arquitectura, sólo los personajes de la escena, sin ningún detalle que distraiga al espectador. Ningún elemento accesorio en una escena en la que los personajes, María y los Apóstoles, miran hacia lo alto con admiración, extasiados, en oración, todos juntos formando “Iglesia”.

Manuel

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