La parábola de la levadura


El Señor presenta seguidamente la imagen de la levadura: ... de la misma manera que la levadura comunica su fuerza a la masa de la harina, así vosotros transformaréis al mundo entero...


No pongáis esta objeción: ¿Qué podremos hacer nosotros, que no somos sino doce, puestos en medio de una multitud tan grande? Precisamente, lo que hará que resplandezca vuestro poder es que haréis frente a la multitud sin recular...

Es tan sólo Cristo quien da su fuerza a la levadura: ha mezclado entre la multitud a los que creían en él a fin que nos comuniquemos unos a otros nuestros conocimientos.

Que nadie, pues, le reproche el pequeño número de esos discípulos porque el poder del mensaje es grande; y cuando la masa ya ha fermentado, ella misma a su vez, se convierte en levadura para el resto...

Y si doce hombres han puesto en pie la tierra entera ¡cuán malos somos que, a pesar de ser un número considerable, no llegamos a convertir ni a los que nos rodean, siendo así que con los que somos debería ser suficiente para ser la levadura de miles de mundos!

– Pero vosotros decís que ¡esos doce eran los Apóstoles! - ¿Entonces, qué? ¿Es que no estaban ellos en las mismas condiciones que vosotros? ¿No vivían en las ciudades? ¿No compartían nuestra manera de ser? ¿No trabajaban en sus profesiones? ¿O es que pensáis que eran ángeles bajados del cielo? Decís que ellos hicieron milagros. Pero no es por eso que les admiramos. ¿Hasta cuándo seguiremos hablando de milagros para esconder nuestra pereza?...

Entonces ¿de dónde viene la grandeza de los apóstoles?

– De su menosprecio por las riquezas, de su dejar de lado la gloria...

Es la manera de vivir la que da el verdadero resplandor y hace llegar a nosotros la gracia del Espíritu.


San Juan Crisóstomo (hacia 345-407), presbítero en Antioquia, después obispo de Constantinopla, doctor de la Iglesia Homilías sobre san Mateo, nº 46, 2-3

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