Saber rezar


El saber rezar no es un conocimiento racional o científico. El botánico estudia la flor y la clasifica científicamente. El biólogo estudia el pájaro de acuerdo con las leyes de la biología. En ambos casos se trata de un conocimiento racional. El niño no conoce racionalmente la rosa, ni el gorrión, ni la mariposa. Admira, habla al animal..., se sumerge en el mundo de las cosas y las conoce intuitivamente. Para él las flores sonríen, lloran, duermen... No razona según las leyes de la ciencia, sino que contempla. Contemplar no es pensar ni reflexionar. Es más bien ver, es comprender, es tener conciencia de algo, es estar con todo el ser con el objeto de la atención y del interés. Rezar es amar...
El raciocinio es importante para el conocimiento científico del mundo y de las cosas. Pero con el corazón también se conoce. Y éste es un conocimiento distinto; más profundo, más intimo. Se puede conocer a Dios de dos maneras: mediante el estudio sistemático de la teología como ciencia o bien conocerlo como el niño conoce, aprecia y ama las flores, los árboles, los pájaros, los torrentes de agua... También el ateo puede apreciar el estudio científico de la teología. Pero conocer mucha teología no es una condición para amar a Dios. La teología ayuda a amar a Dios sólo cuando se la estudia con el corazón.
A los dos primeros discípulos que lo seguían con curiosidad les preguntó Jesús: "¿Qué buscáis?" Ellos respondieron: "Rabí, ¿dónde vives?" Y Jesús: "Venid y lo veréis" (cf Jn 1,38-39). Entonces, buscar al Señor, descubrirlo y conocerlo, saber dónde vive, con quién vive.., es posible mediante una experiencia. La experiencia de búsqueda, de observación, de atención a sus palabras, de encuentro con él... El estudio intelectual no basta para saber lo que es rezar. Este conocimiento es el resultado de una experiencia. Del mismo modo, sólo aquel que cree sabe lo que es la fe. Conocer una verdad sobrenatural es vivirla, experimentarla. Por eso, lo primero que hay que hacer para aprender a rezar es realizar una auténtica experiencia de Dios.
En su primera carta, san Juan cuenta el resultado de esta experiencia: "Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros propios ojos, lo que hemos contemplado, lo que han tocado nuestras propias manos acerca del Verbo de la vida..." (1 Jn 1,1).
El Señor puede manifestarse de muchas maneras a una persona. Pero ordinariamente lo descubrimos en una auténtica experiencia de oración hecha en el desierto, en la soledad: "Pero he aquí que yo la atraeré (a la esposa fiel, es decir, a Israel) y la guiaré al desierto, donde hablaré a su corazón... Entonces te desposaré conmigo para siempre..., te desposaré conmigo en la fidelidad, y tú conocerás a Yavé" (Os 2,16.21-22).
No sabemos nada del coloquio íntimo de Jesús con los dos primeros discípulos que querían saber dónde vivía. Ninguno de los dos habló de ello. Esta discreción es natural en todos los auténticos contemplativos. No revelan nada de su intimidad con el Señor. Son cosas tan personales como lo que ocurre en los coloquios íntimos de dos personas apasionadamente enamoradas una de la otra. Tienen sus secretos. Uno de ellos, Juan, escribió tan sólo lacónicamente: "Fueron, pues, y vieron dónde vivía, y estuvieron con él aquel día" (Jn 1,39). ¿Pero de qué hablarían entonces entre ellos y con Jesús y Jesús con ellos?...
La oración contemplativa es un acontecimiento de fe. Se basa en una realidad que no es material, ni biológica, ni psicológica, sino mística.


Pedro Finkler
(Capítulo 11 de su libro "Buscad al Señor con alegría)

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