Xacobeo 2010 -2-


El Camino, Conciencia de Europa




Por su trascendencia histórica y espiritual, el camino de Santiago representa un hito en la evolución de la Cultura occidental, un vínculo milenario establecido entre los distintos pueblos de una Europa que, en los siglos centrales de la Edad Media, se hace peregrina y encamina sus pasos hacia el finisterre hispánico, mítico ocaso de la cultura mediterránea. Según antiguas tradiciones y noticias escritas de singular valor, el apóstol Santiago el Mayor se había dirigido, después del Día de Pentecostés, al confín occidental de Hispania a predicar el Evangelio. De su martirio en el año 44, en Jerusalén, una vez regresado de su misión apostólica, nos informa los Hechos de los Apóstoles. Esta fuente no indica el lugar de enterramiento, pero sobre este hecho circularon algunas noticias anteriores a su descubrimiento, sucedido a principios del siglo IX –hacia 820-30-, en un remoto rincón del noroeste hispánico. En torno a este sepulcro se fue construyendo una catedral y ordenando una ciudad, con el fin de cobijar las sagradas reliquias, atender las exigencias del culto jacobeo y preparar adecuadamente la llegada de los peregrinos que, ya en el siglo X, llegaban al Locus Sancti Iacobi de la España cristiana y de otras partes de Europa.




Con el tiempo, la mayor parte de las tierras de Occidente lograron relacionarse gracias a la infraestructura asistencial, devocional y de pensamiento configurada por los caminos de peregrinación.


Jerusalén y Roma eran dos metas de peregrinaje desde los primeros siglos del Cristianismo, pero Santiago de Compostela será la gran meta de la peregrinación medieval. Tras unos discretos inicios altomedievales, los reinos cristianos hispánicos –primero Navarra, después Aragón-Navarra y Castilla-León- prepararon en los siglos XI y XII un verdadero plan de promoción de la peregrinación jacobea. Un proyecto apoyado por los monjes benedictinos de Cluny y por los papas, por los reyes hispanocristianos y las órdenes militares, en especial sanjuanistas, templarios y santiaguistas.




En esta época fecunda, en la que los peregrinos, además de las ayudas objetivas, cuentan con el impulso de la fe y el estímulo de las numerosas indulgencias que podían obtener en Santiago con su peregrinación, los monarcas hispanocristianos construyen y protegen la infraestructura viaria, levantan puentes, hospitales, iglesias y favorecen la fundación de nuevas poblaciones. Por otra parte, la necesidad de templos más amplios y seguros impulsa la difusión del estilo románico –ligado a las novedades cultuales y de rito de la Reforma Gregoriana- a lo largo de la ruta de peregrinación. A finales de la Edad Media el papado colabora de modo singular con el peregrinaje a Santiago, gracias al establecimiento periódico de un año santo –celebrado cuando el 25 de julio coincide en domingo-, un período de Gran Perdonanza que deviene acontecimiento religioso y cultural de primer orden.



No cabe duda que el medioevo fue la época dorada de la peregrinación ad limina Sancti Jacobi. De aquellos siglos subsiste en buena parte de Europa occidental una red de iglesias y monasterios románicos que se hace más intensa en el camino de Santiago. La crítica luterana a la peregrinación y las guerras de religión fueron un grave problema para el fenómeno jacobeo, pero resurgió la peregrinación compostelana durante la Contrarreforma, en una época en la que la cultura barroca consagra un estilo y unas formas suntuosas que, en los siglos XVII y XVIII, reformarán sustancialmente la basílica jacobea, creando un esplendoroso marco de veneración para el apóstol Santiago, más adecuado para la nueva sensibilidad religiosa del Seicientos. En el siglo de la Ilustración las peregrinaciones se mantiene, como prueba la construcción de una amplia capilla para la comunión de los peregrinos en la catedral de Santiago y un ambicioso plan de reformas abortado por la invasión napoleónica y sus consecuencias.



Durante el siglo XIX continuó con buen ritmo el flujo peregrinatorio, aumentando –aunque discretamente- a partir de 1879, con el redescubrimiento del cuerpo de Santiago, la apertura al público de la cripta donde se guardan los restos del apóstol y la bula del papa León XIII Deus Omnipotens. La primera mitad del siglo XX, por los graves problemas padecidos en Europa, fue una época de fuerte recesión para la peregrinación, débilmente mitigada en las décadas siguientes.




Pero en los últimos años del pasado siglo todo cambió felizmente, gracias al apoyo de las visitas del papa Juan Pablo II a Compostela, la primera en el Año Santo 1982, la segunda en el Encuentro Mundial de la Juventud, celebrado en el Monte do Gozo en 1989, y los modernos esfuerzos de promoción de los poderes públicos. Una promoción basada, en buena medida, en la rehabilitación y valorización del camino de Santiago como bien cultural. Un patrimonio que se concreta en la infraestructura física y en su monumental riqueza histórico-artística, íntimamente ligada a la demanda espiritual, hospitalaria y de servicios requerida por peregrinos y devotos. Sabido es que, a lo largo de este itinerario sacro, surgieron catedrales, monasterios, iglesias, capillas, hospitales, villas, aldeas, conjuntos defensivos, puentes y, en definitiva, un gran número de sitios históricos hijos de la peregrinación a Santiago.


La presencia jacobea en la Historia europea, claramente expuesta a través de sus específicas huellas iconográficas, patrimoniales y de pensamiento, es indicador seguro del significado que esta ruta milenaria desempeñó a lo largo de los siglos. La peregrinación europea hacia el finisterre galaico era fruto espontáneo y popular de una civilización dinamizada por la fuerza de la fe, impulsada por la búsqueda de lo supraterrenal y por dar sentido a una vida que se sabía efímera y circunstancial. La mentalidad religiosa del medioevo en el ámbito de la cristiandad latina, con su gusto por las reliquias, las imágenes religiosas y los espacios sacros donde era posible el milagro, puso las bases para que fructificase con éxito el peregrinaje hasta el fin del mundo.




Lo notable del camino de Santiago, como generador de cultura y pensamiento, es su pervivencia en el presente, a principios del siglo XXI, siendo un hecho histórico vivo que continúa asombrando al mundo con sus manifestaciones multitudinarias. Las peregrinaciones son tan espontáneas y abundantes como en los siglos de su mayor fama, de modo que este nuevo período áureo sigue fijando su razón de ser en la vivencia religiosa, pero también en rasgos culturales, sentimentales y de ocio que deben ser justamente valorados y potenciados.


El profundo significado religioso-cultural del camino de Santiago, como uno de los pilares de la identidad europea, ha sido destacado por las instituciones en diversas ocasiones, siendo valorado por el Consejo de Europa, con su declaración de Primer Itinerario Cultural Europeo (1987), y por la UNESCO, al declararlo en 1993 Patrimonio de la Humanidad. La concesión en 2004 del Premio Príncipe de Asturas de la Concordia al camino de Santiago ahonda, si cabe, en el mensaje más íntimo de la experiencia de la ruta jacobea: ofrecer un tiempo -lo que dure la peregrinación- y un lugar -el propio camino, como espacio de especial significado- donde sean posibles la solidaridad, la reflexión y el diálogo.

Comentarios