FIDELIDAD MATRIMONIAL


La fidelidad es la virtud que dispone al hombre a mantener aquello que ha prometido (cfr. S.Th., II-II, q. 110, a. 3, ad 5). Puede considerarse un aspecto de la veracidad. Esta consiste en la conformidad de las palabras y acciones con las realidades que expresan; la fidelidad es la conformidad de lo que se hace con lo que se ha dicho, con la palabra dada.

Por tanto, la fidelidad matrimonial podría definirse como la virtud que capacita a los esposos para hacer verdadera a lo largo de la vida, en las alegrías y en las penas, en la salud y en la enfermedad, la “palabra dada”, es decir, los compromisos que de verdad y libremente han adquirido y manifestado ante Dios y la Iglesia en la alianza esponsal


1. Fidelidad conyugal y Alianza de Dios con los hombres

La alianza esponsal que se establece entre el hombre y la mujer es una expresión significativa de la comunión de amor entre Dios y los hombres, contenido fundamental de la Revelación y de la experiencia de fe de Israel. El vínculo de amor entre los esposos “se convierte en imagen y símbolo de la Alianza que une a Dios con su pueblo” .En el orden de la Redención, el matrimonio es signo de la Nueva Alianza de Cristo con la Iglesia

2. Fidelidad: don y tarea

La fidelidad, como el amor, es, ante todo, una iniciativa y un don de Dios. En esta verdad se fundamenta el optimismo y la seguridad que deben tener los esposos. Ciertamente la fidelidad es una tarea personal, requiere esfuerzo y lucha. Pero, así como es un error confiar exclusivamente en las propias fuerzas, lo es también pensar en la debilidad humana sin tener en cuenta la ayuda constante y eficaz de Dios.

3. Crecimiento de la fidelidad, crecimiento en el amor

La comunión conyugal está llamada “a crecer continuamente a través de la fidelidad cotidiana a la promesa matrimonial de la recíproca donación total” . La fidelidad, como todas las virtudes, no es algo estático, está llamada a crecer. Para crecer en la fidelidad es necesario, por tanto, poner los medios sobrenaturales (oración y sacramentos, especialmente la penitencia y la Eucaristía) y los humanos.

4. Educación de la fidelidad

Como todas las virtudes humanas, la fidelidad tiene que ser formada, educada, adquirida. Se trata de uno de los objetivos más importantes en la preparación para el matrimonio. La encíclica Familiaris consortio insta a los pastores a enseñar “a cultivar el sentido de la fidelidad en la educación moral y religiosa de los jóvenes; instruyéndoles sobre las condiciones y estructuras que favorecen tal fidelidad, sin la cual no se da verdadera libertad; ayudándoles a madurar espiritualmente y haciéndoles comprender la rica realidad humana y sobrenatural del matrimonio-sacramento”.

5. Fidelidad a pesar de la infidelidad

En la Sagrada Escritura, el amor siempre fiel de Dios se pone como ejemplo de las relaciones de amor fiel que deben existir entre los esposos. Y así, del mismo modo que la infidelidad de Israel no destruye la fidelidad eterna del Señor, la infidelidad de uno de los cónyuges no debe destruir la del otro.Es el caso, por ejemplo, de un cónyuge inocente que sufre la separación por culpa del otro. “En este caso la comunidad eclesial debe particularmente sostenerlo, procurarle estima, solidaridad, comprensión y ayuda concreta, de manera que le sea posible conservar la fidelidad, incluso en la difícil situación en la que se encuentra; ayudarle a cultivar la exigencia del perdón, propio del amor cristiano y la disponibilidad a reanudar eventualmente la vida conyugal anterior”.

“Parecido es el caso del cónyuge que ha tenido que sufrir el divorcio, pero que —conociendo bien la indisolubilidad del vínculo matrimonial válido— no se deja implicar en una nueva unión, empeñándose en cambio en el cumplimiento prioritario de sus deberes familiares y de las responsabilidades de la vida cristiana. En tal caso su ejemplo de fidelidad y de coherencia cristiana asume un particular valor de testimonio frente al mundo y a la Iglesia, haciendo todavía más necesaria, por parte de ésta, una acción continua de amor y de ayuda, sin que exista obstáculo alguno para la admisión a los sacramentos”.
Tomás Trigo

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