CRISTO EN LA CRUZ (y V)


Francisco de Goya desde bien joven pintó cuadros de temas religiosos un tanto convencionales. Posteriormente, la decoración de la cúpula de la basílica del Pilar y la de la ermita de San Antonio de la Florida, en Madrid, alcanzaron la culminación de su producción religioso-decorativa. En la misma época (1780) pintó este Cristo Crucificado, por el que consiguió su nombramiento de académico de San Fernando. La suave iluminación cenital, tan utilizada en el retrato, marca un cuerpo perfectamente dibujado y libre de contrastes tonales. La carne pintada con una paleta de colores cálidos muestra un gran realismo. Pero al haber destacado el pintor la imagen de Jesús y dejado en una casi total penumbra la cruz y el fondo, este crucificado resulta bastante artificioso. Por su postura, apoyado de forma equilibrada sobre ambos pies y con los brazos elevados, recuerda la imagen de un cantante de ópera o de una representación teatral religiosa. El cuerpo no refleja tensión ni padecimiento, por el contrario sugiere placidez. Sólo a través del rostro podría considerarse que transmite un contenido dolor. Independientemente de los sentimientos, inquietud o emoción que examinando este cuadro podamos experimentar, desde el punto de vista técnico es una pintura de buena factura y de gran belleza estética, que enlaza con el estilo pictórico-religioso de los siglos anteriores.

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