CRISTO EN LA CRUZ (I)

En cuaresma la Iglesia nos invita, año tras año, a meditar en la Pasión del Señor y a acompañarle en su camino hacia la cruz del Gólgota. Es una meditación fraterna y agradecida: «Por sus llagas hemos sido curados». Es una meditación intensa y profunda: en la cruz la humanidad de Dios está al rojo vivo. Es una meditación serena, que culmina en oración ante el Gran Orante: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”. Rezuma verdad, rezuma vida el encuentro con el varón de dolores, con el crucificado, con el agonizante de amor y de ternura. No se encuentran sólo los ojos, sólo las mentes. Son los corazones los que entablan vis à vis un encuentro sin prisas, sin vértigo. ¡Encuentro de corazones, en horas lentas, con interioridades jamás antes vistas!




EN LOS PRÓXIMOS DÍAS VAMOS A VER ALGUNAS DE LAS REPRESENTACIONES DE CRISTO EN LA CRUZ A LO LARGO DEL ARTE, QUE NOS PUEDEN SERVIR PARA NUESTRAS PROPIAS MEDITACIONES

El primer crucificado que examinamos es obra de Domenikos Theotokopoulos, llamado El Greco, nacido en la lista de Creta en 1541, por tanto anterior a Martínez Montañés. El Greco es un pintor de extraordinaria personalidad. Por ello, en cierta medida, desentona con la manera de hacer de los pintores de su generación. Su peculiaridad principal es que, aparte de emplear, con preferencia, una paleta fría a base de grises, rosas y azules, distorsiona la anatomía y la estiliza para lograr una mayor expresividad y una más profunda espiritualidad. En la obra que examinamos, las formas anatómicas se deforman sin reparo para conseguir una armonía con el resto de los elementos, por ejemplo, la cabeza es pequeña y las pantorrillas excesivas, mientras el cuerpo se retuerce exageradamente siguiendo el ritmo de las nubes del fondo. Según parece del taller de El Greco salieron más de treinta crucificados, existiendo un gran parecido entre algunos de ellos. Esta es una obra atrevida y llena de ritmo y movimiento, aunque para muchos pueda parecer algo caricaturesca.

Comentarios