Dios de mi alma, inmenso Señor mio,
luz de mis ojos, dulce enamorado,
divino Labrador, en cuyo arado
os puso hasta morir mi desvarío.
Vos, que a la fuerza del ardiente estío
buscaís vuestras ovejas abrasado;
dichoso, buen Pastor, aquel ganado,
que al paso conducís y al claro río.
¿ Qué labrador labró con más fatiga
estas tierras de Adán, de espigas llenas ?
Así el amor vuestra piedad obliga.
No canséis esos hombros de azucenas;
dadme el arado a mí para que os siga;
que yo tendré por gloria vuestras penas.
Miguel de Cervantes.
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